Crítica de Megalodón: Y el agua sigue de color azul...

Megalodón
WARNER BROS.
Publicado: viernes, 10 agosto 2018 17:47

   MADRID, 10 Ago. (EUROPA PRESS - Israel Arias) -

   Los amantes de la serie B acuática se frotaban las manos: Jason Statham contra un colosal tiburón prehistórico. ¿Qué puede salir mal? The Meg, el Megalodón, el escualo más grande jamás visto en pantalla, llega dispuesto a zamparse el verano de un bocado y dejar extasiados a los adictos a las masacres submarinas perpetraras por esas criaturas que vienen a la mente cuando sentimos algo nos roza pierna dentro del agua. Una lista que va desde pirañas a cocodrilos pasando por anacondas, calamares y pulpos gigantes, orcas y, cómo no, tiburones. Y de entre estos últimos, reyes indiscutibles del terror acuático desde que Spielberg hiciera su magia allá por 1975, el Megalodón estaba llamado a ser el monarca supremo, el voraz tirano que, al menos en lo que a bestialidad se refiere, los sometiera a todos. Lamentablemente, no es así.

   El filme de Jon Turteltaub, cineasta que acumula en su filmografía títulos tan variopintos como 3 pequeños ninjas, Mientras dormías, Phenomenon, La búsqueda, El aprendiz de brujo o Plan en Las Vegas, ofrece casi todo lo prometido, pero en raciones justas y descafeinadas. Y es que es la propia naturaleza de un filme como Megalodón la que extiende cheques que sus aspiraciones en taquilla -legítimas en un producto que ha costado 150 millones de dólares- no le permiten pagar.

   El gran problema de este mastodonte no es ni la simpleza de un guión deliberadamente previsible, ni su tímido sentido del humor -se sabe ligera, pero no busca ser ni retorcida ni decididamente disparatada- ni siquiera las aparatosas concesiones que realiza para justificar la cuota de pantalla de rostros como Ruby Rose o la megaestrella china Bingbing Li. No. El gran 'pero' de Megalodón es que no se decide (o no le dejaron, admite el propio director) a ser lo que estaba llamada a ser: Una carnicería salvaje que tiñera de rojo el agua de las atestadas playas... asiáticas, eso sí. Taquilla manda.

   Con eso y con todo, y a pesar de nadar lastrado por sus pretensiones de blockbuster y su consecuente calificación por edades, el chapuzón que propone el filme de Statham y su omnipresente rictus refresca, entretiene e incluso da para algunas risas. Pero para ser el placer culpable de este verano... hay que pecar más.